Imagine un mundo donde las personas viajan como lo desean. Se dan la mano cuando hacen nuevos conocidos, se abrazan cuando saludan a amigos cercanos y parientes mayores. No se molestan en desinfectar laboriosamente sus superficies de trabajo ni en lavarse las manos una vez que se han ocupado del puesto. Van de compras a su antojo y no encuentran escasez de provisiones. Trabajan en oficinas, laboratorios, tiendas, restaurantes y obras de construcción. Llevan a cabo reuniones en persona y no piensan en ello cuando se van a su destino favorito de vacaciones. Hacen todo esto porque se ha desarrollado, implementado y administrado una vacuna COVID-19 a toda la población, lo que hace que todo el caos de 2020 sea un recuerdo lejano. Todo ha vuelto a la normalidad.
Este es el final de la pandemia de coronavirus que todos esperamos y, damos o tomamos algunos de los detalles, no hay ninguna razón por la que no sea posible. Pero incluso en este escenario optimista, existe un profundo temor entre los cientÃficos y los responsables polÃticos: ¿qué pasará la próxima vez? Porque si hay una lección que COVID-19 nos ha enseñado, es que nuestros estilos de vida modernos son fatalmente inadecuados para la aparición de nuevos virus, y siempre habrá nuevos virus. Cualquier medicamento y vacuna que desarrollemos para COVID-19 será ineficaz contra la próxima pandemia viral, que bien podrÃa consistir en una familia diferente de virus. De hecho, a menos que cambie algo en nuestro enfoque de las pandemias, la próxima implicará otro bloqueo psicológico y económicamente paralizante mientras los cientÃficos encuentran una cura, por mucho tiempo que tome.
Sin embargo, según un cientÃfico, hay algo que podemos hacer de manera diferente la próxima vez. Charlie Ironside, de la Universidad de Curtin en Perth, Australia, no es virólogo ni epidemiólogo, sino fÃsico, uno que lleva 30 años especializado en optoelectrónica de semiconductores. Su solución: diodos emisores de luz ultravioleta lejana (LED ultravioleta lejano).